Puede que uno de los síntomas de ir haciéndose mayor sea la capacidad de disfrutar y aprovechar una mañana de domingo…
… y una de las cosas que me gusta mucho hacer de vez en cuando es dar un paseín por el Rastro de Gijón. Sin ninguna pretensión ni ánimo más allá de pasear, mirar un poco los puestos, la gente (que en un rastro es muy variopinta..), los gritos de los gitanos ofreciendo las bragas al 3×2 de la manera más original posible… Siendo políticamente incorrecto, podría decirse que voy al Rastro como quien va al zoo… (yaaa… yo en la sección de orangutanes… yaaaa!).
Pues ayer fue uno de esos domingos.
Habiendo tenido mucha suerte para aparcar, y después del paseín de rigor por al lao del Pabellón de Asturias, en el que siempre encuentras algún espectáculo de artista callejero peculiar; después de saltarse directamente la “sección textil”, haber admirao el tamaño de los ajos, salivao con los encurtidos, mirao los pajarinos enjaulaos y comprao una botellina de sidra dulce… al meollo, la parte de “antigüedades”.
Siempre sorprende la cantidad de cosas rarasdecojones que uno se puede encontrar por allí. Tol mundo estuvo alguna vez en el Rastro, no hace falta que enumere…
No soy muy de revolver entre la mierda, pero en uno de los puestos distinguí muy facilmente (yo creo que me miraba) una joya de la literatura de ciencia-ficción: “Dios Emperador de Dune”, de Frank Herbert. El cuarto de la saga, y que recuerdo que me angustió bastante… Pues nada. Pa casa. POR UN EURO que ni me planteé regatear!
Cuando estaba pagando el libro, vi que al lao de él había unos muñecos, tiraos boca arriba o según hubiesen caído, hechos un cristo. Sucios, calvos (igual estos tenían que ser así), sin ropa… Y pensé… “QUIÉN PUEDE COMPRAR ESTA PUTA MIERDA??”. Bueno, eso fue lo primero que pensé. Lo segundo fue… “joder, dan hasta pena…, voy a hacerles una foto”. Y como llevaba la cámara con la correa al hombro (y con un ojo y la mano encima siempre), les hice una foto. (Dos, bueno. La otra ilustra la entrada del blog).
Después me di cuenta que en todos los puestos había muñecas/os andrajosos. En algunos tenía sentido, vendían juguetes. En otros estaban como un siniestro adorno o reclamo. Ya me diréis qué pinta aquí este, presidiendo como un juez de un partido de tenis… Por cierto. El del espejo soy yo.
Según me iba fijando, más muñecas/os aparecían. Y más pensamientos pasaban por la cabeza:
“De quién habrá sido esto?”
“Qué extrañas parejas de baile forma la necesidad”
“Míralos… parece que tienen miedo, o vergüenza”
“Qué fácil es la personificación cuando a un objeto se le pone cara. Esti parez hasta guapu y contentu de veme…”
“Auschwitz.” Yaaa… muy fuerte… pero fue lo que pensé…
“La evolución de la moda hasta los 80- Tradicional out, Choni in.”
“mmmmm me muerdo la lengua”
“De quién habrá sido esto? de qué época? Qué poco duramos.”
“Esta fijo que tenía cuerpazo. JUIJUIJUJUI”
“Seguro que esta (o esti) no se sostenía de pié y era un coñazo”
Bueno… como no quiero extenderme mucho ni gastar más de 10 minutos escribiendo esta entrada, despedirme con un comentario/reflexión:
Las desaturaciones selectivas en fotografía (pal que no lo entienda, la niña de rojo en la Lista de Schindler) son recursos que en todos los foros de fotografía son denostados. Dicen que no está de moda, que es una horterada, que si patatín que si patatán. Yo personalmente opino que es un recurso más, que a veces tiene sentido y a veces no, que a las novias por ejemplo les gusta a todas…, y estoy convencido que hay altas posibilidades de que el no-gusto del profesional se deba a la incapacidad para llevarlo a cabo, al desconocimiento de la técnica, al snobismo extremo (por no decir pijerío), o a la vagancia o desidia, que lleva tiempo hacerlo…
Por otro lao, y esta si es la conclusión final, supongo que esto tan subjetivo que es la belleza, lo hay por todos los laos. A montones.